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Torre de piedras, donde, hasta que se caiga esta
rá la mía. Le llaman la torre de la esperanza. Poco
después me desesperé cuando me perdí. |
Lo que
me ha sorprendido de Seúl es que las caprendido
de Selles, por lo menos los cientos de calles por las que he transitado
en mi primer día en esta ciudad. Las direcciones corresponden a un extraño
número de coordenadas que parece ser que nadie entiende. Las referencias suelen
ser las estaciones de metro y luego búscate la vida. He necesitado la ayuda de
vecinos, de un colaborador y de un teléfono con GPS para llegar al apartamento
donde estoy que estaba a diez metros de donde estaba preguntando y no era
porque no era porque no me entendieran, les mostraba una tarjeta con los datos
escritos en coreano.
Con
estos antecedentes perderme ha sido la tónica del día. He tenido motivos para
desesperarme y en algún momento he llegado a hacerlo.
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| Museo de Arte de Seúl. |
Como hoy tocaba entrenar, cuando he llegado a
mi nueva casa, después de un par de días sin dormir me he puesto la ropa de
deporte y me he ido a correr por la rivera del río Hangang. Enseguida he hecho
mis primeros amigos. Una gente muy amigable estos coreanos. Se ha puesto uno a
correr junto a mi, con sus dos palabras de inglés y las cuatro mías nos hemos
hecho amigos. Me ha pedido que le diera mi número de teléfono. Ha prometido que me llamaría y para que lo
identificara me iba a decir “korian” Así que presumo que nuestra conversación
se va a limitar a que él me diga korian y ya está, porque ni él me va a
entender ni yo tengo más que decirle.
La
vuelta del entrenamiento, con mi pantalón corto y mi sudada por las calles de
Seúl ha sido horrible. Llevaba la tarjeta de casa, escrita en coreano, pero
nadie, ni la policía sabía dónde estaba, ni como llegar, todos me indicaban una
dirección aproximada de por dónde se encontraba. Menos mal que había retenido
el nombre de la estación de metro cercana y gracias a eso, después de unas tres
horas perdido y unos doce kilómetros caminando, después del entrenamiento, he
llegado a casa.
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Tenedor que me sacaron para comer
al ver vi extrema torpeza con los palillos.
Tuvieron que buscar por el restaurante
hasta encontrar este de un niño. Me pidió
disculpas pero era lo único que había. |
Pero
sólo era el principio. Por la tarde me he ido a un museo, detrás del que había
una aparente pequeña montaña. Me he adentrado por ella para pasear. Kilómetros
de sendas en una naturaleza agreste y poco modificada por el humano, sólo
sendas y algunos carteles. He llegado cuando ya estaban terminando las horas de
sol a una cima donde había un montículo realizado con aportaciones de piedras
de los caminantes, como el monte del camino de Santiago pero más pequeño. He
aportado mi piedra junto a un cartel que pone montaña de la esperanza en
coreano. Eso me han dicho. Y me he dispuesto a bajar antes de que se hiciera de
noche. Por mucho que bajaba no había forma de llegar a la base. Cada vez más
deprisa viendo que se me echaba la noche encima. Por fin, entre la floresta he
divisado un edificio y me he dirigido a él. Cuando he llegado, estaba todo
vallado y no podía salir del monte. Sorprendente. Más oscuridad y a deshacer lo
andando para llegar a otro sendero. Por fin he llegado ya de noche a un lugar
con edificios. Pero sin personas. No tenía ni idea de dónde estaba. Había
llegado a otro punto de la base de la montaña. Por fin he encontrado a un ser
humano. No sabía cómo sacarme de allí. Me ha acompañado hasta un edificio y
desde allí un amable coreano me ha sacado a través de otros caminos hasta que
he llegado al tumulto de coches, ruido y contaminación que me ha devuelto a
algunas referencias que ya conocía para llegar a casa.
Tengo
que encontrar un plano que me permita orientarme en esta ciudad de unos catorce
millones de habitantes donde todo el mundo parece saber dónde va, menos yo.